Creencias, Desapego, Inteligencia Emocional

¿Eres dueño de tus ideas? o, ¿Son ellas dueñas de ti mismo?

VISIONES SOBRE EL APEGO

Lanzamos una idea a través de esta pregunta,  y tres autores la reflejan a su manera:

I. Tres apegos que pueden limitar tu vida

Quisiera hablar aquí de tres formas de apego que si están demasiado presentes en tu vida, pueden suponer grandes limitaciones.

En primer lugar quiero aclarar que con apego me refiero a la relación que mantenemos con algo interior o exterior a nosotros, de forma que si es muy cercana, nos podemos llegar identificar con ello, sintiendo que somos nosotros mismos, que forman parte de nuestro ser.

1) Apego a tus pensamientos

Si eres de esas personas que necesitan tener razón, es muy probable que estés apegado a tus pensamientos. Pero déjame decir una cosa, tú no eres tus pensamientos, sólo que tienes pensamientos porque eres. Si te cuesta mucho cambiar de opinión, por ejemplo, puede ser una señal de estar identificado con tus pensamientos, temes que estando equivocado desaparezcas. Así es, inconscientemente tienes miedo a morir, porque si lo que tú piensas es tu propio ser, y lo que piensas no es cierto, entonces dejas de ser. Hay personas que llegan a matar por defender sus ideas o tener razón, son personas esclavas a sus propias formas de pensamiento. En realidad, una persona capaz de adaptar sus pensamientos y opiniones a la realidad cambiante en función de sus propias necesidades, será más flexible y capaz de alcanzar mayor grado de bienestar y felicidad. Tienes dos opciones, tener razón, o ser feliz.

2) Apego a tus emociones

Tampoco eres lo que sientes. Las emociones forman parte del mecanismo que tiene tu cuerpo para saber si estás actuando en sintonía contigo mismo. Son nuestro GPS que nos guía y avisa de sí algo va bien o mal, llamándonos a la acción. No puedes vivir sin emociones, pero no eres tus emociones. Si por ejemplo sientes rabia, y crees que eres la rabia, es muy probable que actúes de forma descontrolada. Igual con la tristeza, puedes llegar a pensar que eres tu tristeza, y tener miedo incluso a deshacerte de ella. Identifica tus emociones, obsérvarlas, ponles nombre, escúchalas y actúa en consecuencia, pero no dejes que te inunden por completo dominando tu vida como si fueran tú mismo.

3) Apego al resultado

¿Eres perfeccionista? Si la respuesta es que sí, plantéate la posibilidad de que estés apegado a tus resultados. Si lo que tú consigues eres tú, y obtienes unos resultados que no son lo que esperabas, entonces tú no eres lo que esperabas. Peligrosa conclusión, ¿no crees? No somos en función de los resultados que obtenemos, puedes equivocarte, o quizá hayas puesto las expectativas demasiado altas, o quien sabe, quizá hayan influido otros factores que no dependen de ti. Si consigues buenos resultados, enhorabuena, pero recuerda que siempre podrás hacer mal las cosas y no por ello dejarás de ser la misma persona. Este tipo de apego es origen de la mayor parte de nuestras frustraciones. Lo realmente importante es que actúes alineado con tus principios y valores, y luego los resultados vendrán o no por si mismos.

Te animo a que estés presente en tu día a día y te hagas consciente cuando te identifiques con tus pensamientos, emociones o resultados. Atrévete poco a poco a desapegarte de ellos y sin duda, encontrarás una herramienta muy útil para mejorar tu autoestima y libertad personal.

Autor: Luis I. Ballesteros

II. Juncos

Juncos flexibles
doblados por el viento,
se elevan abriendo espacios
para el pensamiento.
 
La piel lisa de las cañas,
acariciadas por el sol,
lamidas por el agua,
saliva de la tierra,
donde se siembran pasos.
 
El junco
no tiene nidos en la cresta,
su raíz perpendicular,
es cuerpo que atraviesa
los horizontes verticales
del tiempo.
 
Pájaros juncos,
pasajeros simples
en frágiles cuerpos,
que se mecen,
se reclinan,
y se fortalecen
para coronar
desde su vuelo.
 
Hay juncos en las casas,
hay cestos de juncos,
y hay sillas cuyo asiento
es tejido por las horas,
y tapices, velas y juncos
en las orillas de los ríos.
 
Como barcos de juncos,
cuyo destino acompasa corrientes,
juncos de corazones fuertes,
y vacíos juncos
cuyos mástiles besan los pies
de las sendas.
 
Evaporadas,
las nubes de juncos,
etéreas pertenecen a la historia
jamás escrita,
porque sólo unos pocos juncos,
son puertas y puentes.
 
Quitarse el velo,
la piel de junco,
desnudar viajes,
desde la libertad.
 
¿Qué clase de junco
llevas inscrito en tu memoria?

Autor: Ivonne Sánchez Barea

III. Cartas de apego

La lluvia, fina y constante inunda la trinchera y enfría nuestro ánimo. El suelo que pisamos es un lodazal, las botas se atascan en el barro, es una odisea caminar apenas unos pasos. El ruido de las bombas y las balas es constante. Oigo algunos de mis compañeros llorar, otros están rezando. El teniente, un chico jovencito, con un bigote que apenas acaba de hacer presencia en su rostro, está a mi lado, aprieta su fusil con fuerza entre sus manos, está muerto de miedo.

Faltan apenas minutos para que nuestro regimiento salte fuera de la trinchera, a lo que es una muerte casi segura. A tan solo unos metros de donde estoy, el sargento, un hombre rudo de los de antes, empieza a cantar el himno de nuestra unidad. Todos nos unimos a él, es como un bálsamo que nos llena de fuerza. Nos hace olvidar incluso el intenso olor que emanan nuestros cuerpos. No sé si existirá el infierno pero debe ser muy parecido a esto.

De repente suena una sirena. Es la señal…inmediatamente dejamos de cantar, y nos prestamos a subir las escaleras hacia el campo de batalla. Hijo mío tengo que dejar de escribir en este momento. Guardo esta carta en mi casco. Si la recibes es que he muerto, y alguien te la hizo llegar. Espero que mi muerte haya servido de algo. Lamento no estar allí para verte crecer. Espero llegues a ser un hombre de provecho. Haz honor a tu apellido. Se un gran hombre, que aporte a este mundo más de lo que yo pude.

Te quiere, tu padre.

Hace décadas que recibí esta carta de mi padre, pero aún puedo oler la batalla en sus amarillentas y desgastadas hojas. La he leído miles y miles de veces. Es mi posesión más valiosa, y es lo único que me da ánimo y consuelo en estos momentos.

Apunto estoy de cumplir los noventa años, detrás de mi dejo hijos, nietos y una hermosa bisnieta. Sé que de esta noche no paso, no veré de nuevo el sol. El miedo a la muerte azota mi alma, ¡Dios mío no quiero morir!. Mis órganos ya no me responden, muero encarcelado en mi propio cuerpo. Hubiera querido acabar como mi padre, heróicamente, aunque en su caso fue por una tierra, una creencia y unas ideas, muy distantes a su corazón. Yo dejaré de existir, solo, en mi propia cama. Qué triste final… Espero haber llegado a ser el hombre que él esperaba.

He pasado la vida entera tratando de ser esa persona, esforzándome al máximo por complacer esas expectativas que tenía puestas en mi. Mis dedos temblorosos apenas me dejan escribir esta carta de despedida. Al igual que hizo mi padre, te la envío a ti mi queridísima bisnieta. Sé que mañana es tu séptimo cumpleaños, y siento mucho no poder estar contigo para soplar las velas. Al menos cada año cuando cojas aire para apagarlas sé que estarás pensando en este pobre viejo. Te deseo una vida llena de éxitos y alegrías. Junto con mi carta te doy la que me dejó mi padre.

Con amor, tu bisabuelo.

Autor: J. M. Ballesteros